jueves, 10 de septiembre de 2009

NAVEGANDO HACIA EL SUR EN BUSCA DE LO DESCONOCIDO


¿Cómo lograron los europeos navegar el Atlántico y llegar ha oceános desconocidos?¿Fue mera casualidad o por el contrario no lo fue? Algunas de las claves las podemos encontrar en el libro de W. Crosby, Alfred. “Imperialismo Ecológico. La Expansión Biológica de Europa, 900 – 1900”

Los vientos:

Para que los europeos pudieran llevar a cabo las conquistas de los siglos XVI y posteriores tenían que llevarse a cabo fundamentalmente 5 cambios:
1. La emergencia de un fuerte deseo de emprender aventuras imperialistas en ultramar.
2. Tener naves lo bastante grandes, rápidas y maniobrables para transportar a través de miles de kilómetros de océano un cargamento útil de mercancías y pasajeros.
3. Tener equipos y técnicas para encontrar los rumbos por los que atravesar el océano sin avistar tierras durante semanas o meses.
4. Un armamento lo bastante portátil como para llevarlo a bordo y lo bastante eficaz para intimidar a los indígenas.
5. Una fuente de energía que condujera a las naves. Los remos no podían hacerlo (falta de agua y alimento para los remeros). El viento era la respuesta, pero ¿qué vientos?

El último de los cinco requisitos es el que nos ocupa. El problema de los vientos era que no dirigían al explorador donde él quisiera. La mayoría de los requisitos mencionados se cumplieron antes de las décadas finales del siglo XV, en muchos aspectos incluso varias generaciones antes de Colón o Vasco de Gama.

Los chinos habían decidido encerrarse en si mismos, aun cuando cumplían todos los requisitos a principios del siglo XV. Sólo quedaban entonces árabes y europeos, que a finales de 1400 estaban muy rezagados con respecto a los chinos.

El problema que quedaba por solucionar era el viento (todos los demás se cumplían). Sabían como aprovecharlo, combinando velas cuadradas y latinas, el problema era que no se sabía gran cosa a cerca de donde y cuando soplaban los vientos sobres grandes océanos (a excepción del Índico). En el océano Índico soplaban los monzones, que podían predecirse desde tierra, pero no eran aplicables a otros océanos.

Por otro lado, en el siglo XV a los musulmanes sólo les interesaba el mar Mediterráneo, sus problemas estaban más que nada en tierra firme. Además, su curiosidad se veía desalentada ya que más allá de estos mares sólo había pueblos primitivos, no como los que se descubrieron en América (incas y aztecas).

El expansionismo, exceptuando la brújula venida de China y la vela latina aportada por los árabes, fue fruto europeo: barcos, propietarios, banqueros, monarcas y nobles interesados, cartógrafos, matemáticos, navegantes, astrónomos, maestros, oficiales o simples marineros, o eran europeos o estaban a su servicio. Se llevó así a cabo el “descubrimiento del mar”, el donde y el cuando de las corrientes y vientos oceánicos que las impulsaban. El descubrimiento de América fue un simple episodio.


Cuando los navegantes Europeos surcaron por primera vez las aguas atlánticas, sólo conocían los vientos de sus mares de origen. Habían heredado de la antigüedad, sobre todo de Aristóteles, la idea de que los climas, y por tanto muchas otras cosas, estarían distribuidos en estratos de latitud desde el Polo Norte hasta el Ecuador, orden que se reproducía desde allí al Polo Sur. Lo que llevaba a la suposición de que debería de haber un enorme continente al Sur, Terra Australis Incognita, que equilibrase las masas de tierra al norte del Ecuador. En términos generales es válida, y a muchos efectos también en lo relativo a los vientos del Atlántico y el Pacífico.

Los primeros exploradores se encoraron con una gran extensión de océano, pero cuyos vientos eran razonablemente predecibles y donde había suficientes islas como para poner en práctica las habilidades sin perder la vida la primera vez que se perdiera el rumbo, es la parte del Atlántico que tiene como límites las Canarias y las Azores, incluida Madeira. Aquí donde los navegantes se convirtieron en navegantes de altura. La clave de todos estos conocimientos está en el archipiélago canario.

Las Canarias fueron las que tentaron a los europeos a adentrarse en el Atlántico, pues los vientos eran fáciles de seguir. Pero no era tan fácil volver a la Península Ibérica. Aquí es sin duda donde se aprendieron las técnicas que les permitirían navegar hasta América, la India o dar la vuelta al mundo.

De la Península a Canarias el rumbo es recto, sólo hay que seguir los vientos. Pero para regresar hay que cambiar el rumbo, adelante y atrás, progresando lentamente, ya que la corriente contraria es muy fuerte, se podía bordear la costa, aprovechando los vientos costeros que después de mediodía soplan hacia el Norte. No había otra forma que esperar a que el viento fuera favorable.

Sin embargo, se halló otra forma de volver desde las Canarias. Si no podían navegar cerca del viento y vencerlo, entonces deberían intentar hacerlo entorno él, bordear la corriente hasta encontrar otra que fuese favorable. Se tenía que poner rumbo noroeste desde Canarias, hacia el océano abierto, alejándose de tierra firme hasta alcanzar los vientos dominantes al oeste de la zona templada, los suficientemente lejos de los trópicos, poniendo rumbo a la costa. Los portugueses perfeccionaron esta técnica, la llamaron “volta da mar”.

Esta técnica de ir hacia atrás para después ir hacia delante hizo que los viajes de Colón, Vasco de Gama o Magallanes no fueran actos suicidas, ya que sabían que podían zarpar con los alisios y volver con los vientos del oeste. Con esta volta no se buscaban principios generales de la naturaleza, pero sirvió para que se trazaran los rumbos hacia Asia, América e incluso alrededor del mundo, se formaron unas pautas dominantes de pensamiento que encajasen con los vientos dominantes.

Hacia 1460 los portugueses habían colonizado ya las islas de Cabo Verde y navegaban más hacia el Sur, llegando a la zona de calmas ecuatoriales, donde el calor es extremo. Teniendo en cuenta lo aprendido en las Canarias, navegaron y llegaron Fernando Poo y Santo Tomé en la década de los 70.

En la década de los 80 se llegó al estuario del Congo y se descubrió que al Sur de este río reinaban las contrapartidas de las corrientes de las Canarias y de los alisios del Nordeste. En 1487 Bartolomé Días llegó frente a las costas de Namibia y Sudáfrica, donde se topó con una tempestad. Decidió entonces hacer lo mismo que hubiera hecho en el hemisferio Norte para volver, pensando que como Dios gustaba de la simetría, los vientos serían iguales que en Marruecos, y se volvió hacia el Suroeste, formando una plantilla igual que la de los vientos del Norte, pero invertida. Estos vientos le llevaron al borde del Índico, de donde decidió regresar hacia Portugal. Había descubierto un paso hacia el Índico desde el Atlántico y se había dado cuenta de que las pautas de los vientos del Atlántico Sur eran las mismas que las del norte, pero invertidas.

Bartolomé Días había invertido la “volta”, Colón la iba a ensanchar. Los vientos seguidos por Colón estaban tan cerca del óptimo para los veleros que, con ciertos ajustes, fueron seguidos durante siglos para llegar a América. Pero luego ¿cómo regresaría? Recurrió a la “volta do mar”, navegando en dirección a las Azores y hacia España. Desde entonces se siguen estos vientos (en su segundo viaje, Colón buscó otra ruta de regreso y casi le cuesta caro).

Poco después, en 1497, Vasco da Gama por fin llega, siguiendo la “volta do mar” en el hemisferio Sur a la costa oriental de África, exagerando el rumbo tomado años antes por Bartolomé Días, dando una gran vuelta hacia el Sur desde Cabo Verde, aproximándose a las costas brasileñas. Esta ruta siguió usándose también durante siglos. Había llegado a aguas nunca navegadas por europeo alguno.

Se había llegado a un nuevo océano, con vientos por descubrir ¿se tardaría tanto en surcar como el Atlántico? No, tardó unos cinco meses en llegar a la India. Aquí tenía dos ventajas:
1. lo previsible de las corrientes y vientos monzónicos; el Índico era más sencillo que el Atlántico, un barco podía ir y venir por la misma ruta.
2. Alrededor de este océano vivían pueblos avanzados de navegantes que conocían sus vientos y corrientes mejor que los europeos las del Atlántico. Sólo había que aprovechar sus conocimientos.

Además, la flota de Vasco da Gama era la más poderosa que había en ese momento en esos mares, dándole el triunfo allá donde navegara, enseñando a africanos primero e hindúes después que sus cañones eran mejores amigos que enemigos. Así, en la actual Kenya, el rey Melindi le obsequió con un experto en la navegación de ese océano, que disponía de mapas y sabía como interpretar las variaciones de los mozones, llegando en poco más de 20 días a la India.

El Índico era muy diferente al Atlántico, por lo que había que navegar de forma muy diferente. Marco Polo ya había explicado el sistema de los monzones, que en verano soplaban de tierra hacia e mar y en invierno del mar hacia tierra.

W. Crosby, Alfred. “Imperialismo Ecológico. La Expansión Biológica de Europa, 900 – 1900” (página 139)

No hay comentarios:

Publicar un comentario